Crítica de Avatar 3: fuego y cenizas
Sin grandes novedades, James Cameron presenta una tercera entrega de Avatar que funciona como un epílogo extendido de la previa, El camino del agua.
La trama tiene la finalidad de cerrar la introducción del personaje de Spider (el clon del hijo de Tarzán), que sirve de excusa para dar otro paseo por los balnearios de Pandora.
Los fans incondicionales de la franquicia la van a amar y, para un sector del público general, tal vez represente una despedida al confirmar que el contenido superficial que propone el director no evolucionará en el futuro.
En Disney lo tienen claro y por eso desarrollaron una campaña de marketing silenciosa y moderada, acompañada del blindaje de críticas para atenuar opiniones negativas.
Más que un exponente del cine de ciencia ficción, Cameron aborda su creación como la atracción mecánica de un parque temático, donde la opulencia visual está por encima del arte narrativo y el desarrollo de personajes.
La realidad es que la película mantiene coherencia con esa visión y ofrece un entretenimiento que demanda su visionado en una sala de cine.
Muy especialmente en el formato 3D, que amplifica la experiencia inmersiva.
Aspectos visuales y secuencias de acción
La mayor virtud de este film reside en la puesta en escena, donde Cameron eleva el hiperrealismo de los efectos digitales a un nivel sin precedentes.
Las escenas acuáticas son extraordinarias y acaparan la principal atracción del espectáculo.
Si bien las batallas interminables resultan amenas, en este campo no hay grandes novedades y se refritan situaciones de los episodios anteriores.
La escena más inspirada (mi favorita del film) aparece en un momento donde el director regresa a sus raíces del cine clase B, en modo Piraña 2, con unos bichos marinos depredadores que se roban el show.
Cabe destacar también la banda sonora de Simon Franglen, quien supo continuar con dignidad el legado de James Horner.
Oona Chaplin, la gran adición del reparto

En lo referido al argumento, la película mantiene el nivel de superficialidad que presentó la saga hasta la fecha.
Los villanos infantiles de caricatura, que incluyen un desperdicio absoluto de artistas talentosos como Edie Falco y Giovanni Ribisi, no despiertan interés y el conflicto central termina atascado en situaciones redundantes y predecibles.
En esta oportunidad hubo un intento de explorar temáticas como el duelo y los problemas de salud mental, que al igual que los aspectos espirituales de la raza Na’vi, tienen un tratamiento banal y chapucero.
En este contexto se introduce una villana muy atractiva como Varang, que es por lejos lo mejor de esta película.
La Na’vi psicópata, interpretada por una excelente Oona Chaplin, aporta matices interesantes a un reparto de antagonistas insulsos.
Lamentablemente, como tantas otras cosas de Avatar, termina arruinada por una elección incomprensible que toman los guionistas.
Varang se desinfla por completo cuando la convierten en sidekick de otro personaje. A partir de ese momento pierde peso dramático, presencia en la trama y llega al clímax completamente desdibujada.
Una pena, porque tenía un enorme potencial.
La gran debilidad de Avatar: Fuego y Cenizas
Al margen de que la historia presenta numerosas situaciones redundantes y no te deja cebado por ver más continuaciones, mi principal objeción es la insufrible duración de 197 minutos.
No había necesidad de hacerla tan larga para un argumento simplón que se podría narrar en menos de dos horas, sobre todo al tratarse de un epílogo de El camino del agua.
Si bien no llega a ser aburrida, en esta oportunidad la duración se hace pesada y llegás al clímax extenuado, especialmente si no tenés una conexión emocional con la saga y sus personajes.
El problema es que el contenido del guion no está a la altura de la impronta épica que intenta imprimirle el director a su obra.
La nueva entrega de Avatar no es una mala película, pero tras el visionado en una sala de cine se olvida enseguida, como la atracción mecánica de un parque de diversiones.
Calificación: B
Esto ya se veía venir desde esas tontas reacciones en redes que la llamaban «la mejor de la saga». Dijeron lo mismo con la tercera de Benoit Blanc, la saga whodunit de Rian Johnson, y fue exactamente lo opuesto.
Avatar 3 tiene 6 obscenos editores y es probable que todos hayan metido su propia película dentro de la película sin importarles un pomo la duración.
Como se esperaba ahora que se liberó el embargo tiene la calificación mas baja de la trilogía en la pagina del tomate.
Cameron durante las proyecciones de la entrega anterior tomó nota de lo que la gente disfrutaba y no tanto y de ahí reescribió y refilmó escenas de esta tercera para terminar haciendo una remake.
Una pena lo de Varang, de verdad pensé que se iba a llevar puesto a Quaritch, un personaje que no da para mas.
Hasta Cameron tiene la cabeza un poco quemada con Pandora porque dijo que tiene ganas de dirigir otra cosa antes de volver a esta franquicia.